lunes, 10 de marzo de 2014




Poco conocemos de nuestro San Alberto Hurtado, sus escritos me han impactado muy positivamente, su manera de expresarse es muy clara y entendible. Nos invita a vivir la palabra del Señor.

 L a   b ú s q u e d a   d e   D i o s



EL OBSTÁCULO MAYOR DEL OPTIMISMO


1. El obstáculo mayor del optimismo es el sentimiento de inferioridad



El psicólogo vienés Alfredo Adler ha tratado de echar por tierra la teoría de Sigmund Freud sobre la causa de la neurosis. Según Freud, las neurosis arrancan de la represión de una tendencia de orden sexual, en los primeros años de la vida, que, sepultada en el inconsciente, perturba nuestra conducta. El remedio consistirá, mediante un psicoanálisis, en sacar a la conciencia ese elemento perturbador del inconsciente. Alfred Adler, en cambio, encamina sus explicaciones desde un punto de vista totalmente diferente: él parte de la tendencia que tiene toda persona de ser estimada, apreciada, del hambre de consideración... y cuando este sentimiento es atropellado, la tristeza interior provoca un verdadero conflicto que se traduce en el complejo de inferioridad (sentimiento de menor valía, compensado con revanchas en las líneas en que uno se siente fuerte).

Este complejo de apocamiento –llamémoslo así– es uno de los mayores obstáculos al optimismo. ¿Yo, para qué valgo? ¿Qué sentido tiene mi vida? Soy incapaz de todo... y por eso nadie me cotiza; no se me considera...

Y de aquí, un cruzarse de brazos. Al pretender empujarlo a que llene su vida de amor, a que haga algo útil por los demás... se ve lleno de desaliento. “Lo mismo da que haga, o que no haga. ¿De qué sirve mi modesto trabajo? ¿Qué va a pesar mi abstención?... Si yo no me sacrifico nada cambia... No hago falta a nadie. ¿Un voto más o menos?”... ¡Cuántos apóstoles se frustran... cuántas energías se pierden! ¡Cuántas almas se amargan!.

2. Cómo vencer el pesimismo


¿Y esta dificultad es verdadera? Sí... ¡¡y no!! Yo solo, ¿qué valgo? Bien poca cosa... Mis poderes de acción son tan limitados; mi prudencia tan incierta; mi valor tan débil... mi carácter tan vacilante... ¡¡Pero hay una manera en que puedo valer y mucho!! Tomado por las manos de Dios. Veamos la prueba.

Jesús predicaba... Lo seguía una inmensa muchedumbre. En una ocasión eran 5.000 hombres, sin contar las mujeres y los niños... Tres días iban tras Él: su hambre debía ser devoradora. Parecida a la que tiene el mundo moderno.

¿Comida para esa gente? Jesús quiere probar la fe de sus discípulos. ¿Qué haremos para darles de comer?... 200 denarios, el sueldo de un año de un obrero, no sería suficiente para darles un bocado... Pero, ¿para qué pensarlo siquiera?, ¡en el desierto! ¡Diles que se vayan!, dice el pesimista Felipe. ¡Que se vayan! ¡Que se las arreglen como puedan! No le veía otra solución... Lo mismo que el pesimista-naturalista. ¡La tremenda desproporción! ¡Tanto que hacer! ¡Tan difícil la tarea... y el instrumento tan débil!

Felizmente, había allí un optimista-sobrenatural. Este era un chiquillo: tendría sus 10 años. Su alma abierta y límpida había comprendido lo que Jesús era... y quería hacer... ¡hacer algo!

La tradición le ha dado un nombre. Se llamaba Ignacio, Ignacio el que después fue obispo de Antioquía y mártir de Cristo. El que escribió después páginas tan bellas como ésta; antes de ser arrojado a las fieras y para que los cristianos no se lo impidieran: Leer.

Pues bien, Ignacio se presenta atrevidamente a Jesús y, lleno de confianza, le ofrece lo que tiene: ¿Qué era eso? Cinco panes y dos peces... ¡qué panes! De cebada, duros como tejas... dos peces de agua dulce, blanduchos... quizás medio descompuestos, después de tres días de ajetreo en medio de aquella gente que se apretuja... ¡Qué poca cosa... qué ruin! ¿Qué valía aquello? Bien lo comprendió Felipe el pesimista: ¿qué es esto para tanta gente? La tremenda desproporción. ¡El eterno problema!

Pero el chiquitín optimista persiste feliz con su oblación... Hay 20.000 personas hambrientas. Allí está él con su canasta. Lo mira de hito en hito, su nariz respingada, sus ojazos abiertos, su pecho al aire, sus patitas descalzas, pero su alma entera y confiada... Él piensa que es tan sencillo y tan natural dar al Señor lo que uno tiene... Que si cada uno hiciera lo mismo, no habría problemas. Lo que tiene, lo da. Es poco, es pobre. ¡¡No tiene más!! Tomad Señor y recibid. El valor de la oblación ante los ojos de Dios no se mide por la riqueza del don, sino del amor. Tomad Señor estos frutos de mi huerto, están estropeados por las heladas, ¡¡pero no tengo más!!

¿Desprecia el Señor esa oblación? No. La recibe, la carga de su bendición... y con esos cinco panes y dos peces alimenta a toda esa inmensa muchedumbre, y todavía doce canastas de sobras: cabezas y espinas, ¡que hasta eso lo considera Cristo!

¡Ah, si yo comprendiera! Si me resolviera a dar a Cristo mi pobre don, pequeño, insignificante, mi alma mezquina, ¡si la pusiera al servicio de Cristo! Mis pobres centavos: como la Sinforosa; como la sirvienta belga: 5.000 francos para que un sacerdote negro suba al altar [a ofrecer la] Misa por mis padres. Cuando años después va un Padre como visitante al Congo, y oye que todo está bien... Es que aquí hay un ladrillo cargado de bendiciones. Cuando recibo para el Hogar de Cristo esas limosnas: “Es todo lo que tengo: mi anillo de compromiso; esta alhaja, no tengo más”... Yo estoy seguro que esas obras han de prosperar.

Y si mi problema es problema de alma: mi ruindad, mi pequeñez, recuerde lo que Cristo ha hecho con sus almas, las que consienten en entregársele: Camilo Lellis, el juego; Mateo Talbot, el trago; Eva Lavalière, la vanidad; María Magdalena, una mujer pública... Jóvenes que no eran nada... y después son tanto, ¡porque Cristo los ha tomado en su mano bendita!

Se quejaba uno: ¡Soy tan poca cosa, tan burro! Lo felicito; si Dios, por la mano de David, con una quijada de burro mató a tantos filisteos, ¿qué hará cuando tenga un burro entero?. Ruines pecadores fueron convertidos en alimento de millones de seres que han comido y seguirán alimentándose de ellos.

Yo puedo cambiar la faz de la tierra. No lo sabré, los peces tampoco lo supieron... y en esos momentos de desaliento piense en lo que puede el hombre tomado por Dios.

¿Soy pequeño como gota de agua? Piérdame en el cáliz... deme y seré transubstanciado. Una gota de agua entre tantos problemas... Seré mucho si consiento en perderme en Cristo, ¡¡en abandonarme en Él!!, en ser Él. “Vivo yo; ya no yo; vive en mí Cristo” (cf. Gal 2,20).

¡Ser Cristo! He aquí todo mi problema. La razón de ser de la creación. Todo el mundo ha sido creado para la gloria del Hijo de Dios, y yo me uno al Hijo de Dios por mi bautismo, que me hace a mí también Hijo de Dios, y me vinculo más y más íntimamente cada vez que comulgo. Por la Eucaristía puedo yo decir con toda verdad: ¡Cristo vive en mí, yo en Él! No ser sino uno. Toda la razón de ser de mi vida, todo el sentido de mi existencia, lo descubro y lo recuerdo cada vez que asisto a la Santa Misa, cada vez que comulgo.

3. Cómo recordar nuestro valor


La Santa Misa es por esto el sacramento del optimismo. Efectivamente, hay en la institución de la Sagrada Eucaristía, cuatro palabras, por demás decidoras, que resumen toda la teología de la Eucaristía, que es también la teología del optimismo. En la última noche que el Señor pasó con sus discípulos, como los hubiese amado, quiso amarlos hasta el fin (cf. Jn 13,1); se sentó a la mesa, en sus santas y venerables manos tomó el pan, lo bendijo, lo partió, y lo dio.

Lo tomó. En la noche de la institución, sobre la mesa del convite, había una canasta de pan... con multitud de panes, tan pobres como los del pequeño Ignacio, y Cristo tomó uno, el que quiso... no por mérito suyo, sino por su inmensa dignación... De entre los 2.000.000.000 de hombres me escogió a mí, me llamó a mí, a ser su hijo, me invita a hacer algo, algo grande. ¿Lo podré?

Lo bendijo. Lo cargó con su bendición y lo transubstanció. Sobre el altar, un copón de hostias: harina y agua... arrugadas, amarillas, hilachentas... Cargadas de la bendición de Cristo. Al asistir cada día al Ofertorio, veré al sacerdote que ofrece algo tan pobre. ¿No tiene vergüenza? Pero en la consagración, ¡esa pobreza, se transforma en divinidad!

Lo partió. Y ese pan preparado, lo rompe... Vea romper esa hostia... Los sacrificios... no para destruir, sino para dar. El grano de trigo... si no muere (cf. Jn 12,24).

Lo dio. El fin de mi vida: darme. Darme entero a los demás, con optimismo, porque cargado de la bendición divina. Si yo pudiera asistir cada día a Misa, comulgar cada día... ¡Cuánto sentido de optimismo tendría mi vida!

Y luego durante el día, orar... Orar sabiendo que Él vive en mí. Que no [somos] dos sino uno. [Es una enseñanza] de fe: la habitación de Dios en el alma. ¡Nosotros! No yo solo. Él en mí. ¿Valgo algo? ¡Ya lo creo! ¡A Ti solo me he entregado!

viernes, 3 de enero de 2014



"Hija mía, nuestro Amor se apasionó tanto en el acto en que creamos al hombre, que no hicimos otra cosa que reflejar sobre él, a fin de que fuese obra digna de nuestras manos creadoras, y conforme nuestros reflejos llovían sobre él, así en el hombre le venía infundida la inteligencia, la vista, el oído, la palabra, el latido en el corazón, el movimiento a las manos, el paso a los píes. Nuestro Ser Divino es purísimo espíritu, y por eso no teníamos sentidos, en el conjunto de todo nuestro Ser Divino somos Luz purísima e inaccesible, esta Luz es ojo, es oído, es palabra, es obra, es paso. Esta Luz hace todo, mira todo, siente todo, escucha todo, se encuentra por todas partes, ninguno puede huir del imperio de nuestra Luz. Por eso, mientras creamos al hombre fue tanto nuestro Amor, que nuestra Luz llevando nuestros reflejos sobre de él lo formaba, y formándolo le llevaba los efectos de los reflejos de Dios. Ve entonces hija mía con cuánto amor fue creado el hombre, hasta llegar a deshacerse nuestro Ser Divino en reflejos sobre él para comunicarle nuestra imagen y semejanza, ¿se podía dar Amor más grande? No obstante se sirve de nuestros reflejos para ofendernos, mientras que se debía servir de estos nuestros reflejos para venir a Nosotros, y con estos reflejos dados por Nosotros decirnos: Cuán bello me creó tu Amor, y yo por correspondencia te amo, te amaré siempre, y quiero vivir en la Luz de tu Divina Voluntad."   Jesús a Luisa Piccarreta, volúmen 28

sábado, 16 de febrero de 2013

Qué nos dice Jesús, en los escritos acerca del Don de la Divina Voluntad: 

Nos confirma en el bien 
“Es un don que hacemos a la criatura, don grande que supera en valor, santidad en belleza y en felicidad todos los otros dones en modo infinito e inenarrable. Cuando hacemos este don tan grande, no hacemos otra cosa que abrir las puertas para hacerla poseedora de nuestras posesiones divinas, lugar donde no tienen más vida las pasiones, los peligros, ni ningún enemigo la puede dañar o hacerle algún mal; este don confirma a la criatura en el bien, en el Amor, en la misma vida de su Creador, y el Creador queda confirmado en la criatura, por tanto se da la inseparabilidad entre uno y el otro. Con este don la criatura sentirá cambiada su suerte: de pobre en rica, de enferma en perfectamente curada, de infeliz sentirá que todas las cosas se cambian en ella en felicidad”.  (Volumen XXIX, Septiembre 29, 1931)
Requiere nuestra disposición y buen uso de él. 
“Es un don, y es el poseer el don más grande, pero este don que contiene  valor infinito, que es moneda que brota a cada instante, que es luz que nunca se apaga, que es sol que jamás tiene ocaso, que pone al alma en su lugar establecido por Dios en el orden divino y por lo tanto toma su lugar de honor y de soberanía en la Creación, no se da sino a quien está dispuesto, a quien no debe hacer despilfarro, a quien debe estimarlo tanto y amarlo más que la propia vida, es más, debe estar pronto a sacrificar la propia vida para hacer que este don de mi Querer tenga la supremacía sobre todo y sea tenido en cuenta más que la propia vida”.  (Volumen XVIII, diciembre 25, 1925)
Pone a nuestra disposición toda clase de bienes para toda la vida, a pesar de haberlo rechazado ya una vez. 
"Hija mía, mi Ser Supremo posee el perfecto equilibrio, también en el dar a las criaturas mis gracias, mis dones, y mucho más con este reino del Fiat Supremo, que es el don más grande, don que Yo ya había dado en el principio de la Creación y que el hombre con tanta ingratitud me rechazó. ¿Te parece poco poner a disposición suya una Voluntad Divina con todos los bienes que Ella contiene, y no por una hora o por un día sino por toda la vida? ¿Te parece poco que el Creador ponga en la criatura su Voluntad adorable para poder poner en común su semejanza, su Belleza, sus mares infinitos de riqueza, de gozos, de felicidad sin fin? Y sólo con poseer nuestra Voluntad la criatura podía adquirir los derechos de comunidad, de semejanza y de todos los bienes de su Creador, sin Ella no puede haber derecho de comunidad con Nosotros, y si alguna cosa toma, son apenas nuestros pequeños reflejos y las migajas de nuestros interminables bienes. (Volumen XIX, septiembre 13, 1926)

Dios será la causa primaria de todos nuestros actos, sentiremos quien
es Aquel que nos da la vida.
"Por eso nuestro Ser Supremo se encontraba y se encuentra todavía ahora en la condición de necesidad de amarlo, porque el hom be es aún hoy aquel creado por Nosotros, su aliento lo sentimos en el nuestro, su palabra es el eco de nuestro Fiat, no hemos retirado todos nuestros dones, somos el Ser inmutable y no estamos sujetos a cambiar. Lo amamos y lo seguimos amando y es tanto este nuestro Amor que Nosotros mismos nos ponemos en la condición de amarlo. He aquí por qué nuestras tantas estratagemas de amor y el úlrimo asalto que queremos darle, es el gran don de nuestro Fíat, a fin de que lo haga reinar en su alma porque sin nuestro Querer el hombre siente los efectos de su vida, pero no descubre la causa y por eso  no pone atención en amarnos, en cambio nuestra Divina Voluntad hará sentir quién es Aquel que le da la vida y entonces también él sentirá la necesidad de amar a Aquel que es causa primario de todos sus actos y que tanto la ama"  (Volumen 28, abril 23)
Podemos decir que a todos Dios nos ha llenado de dones, a unos más y a otros menos, hay quienes los reconocen como venidos de Dios y otros que creen haberlos adquirido por sus propias fuerzas. Pero aunque a estos no les guste reconocer que han venido de Dios,  todo tiene como fuente a Dios Creador,  Hijo y Espíritu Santo.
Estamos viviendo un tiempo de mucha gracia, Dios nos está dando a conocer este inmenso don que quiere dar a la humanidad. Y nosotros hemos sido llamados a conocerlo, a hacerlo nuestro y a difundirlo. Si Jesús a través de Luisa nos está mostrando esto, es palabra de Dios, por lo tanto es verdadero y milagroso, es decir el milagro más grande. En uno de los volúmenes Jesús le dice a Luisa que cada conocimiento relacionado con su Divina Voluntad es un reclamo, es una voz que emite, es un grito para despertarnos de sueño del querer humano.
Si acogemos, este Don,  llegaremos a amar verdaderamente a nuestros familiares, amigos, cercanos y conocidos, en resumen a todos, pero no con nuestro pequeño y pobre amor, sino con el mismo amor de Dios que El derramará en nosotros.  Este párrafo de Santa Teresita del Niño Jesús nos aclara lo anterior: ““Yo sé, Señor, que tú no mandas nada imposible. Tú conoces mejor que yo mi debilidad, mi imperfección. Tú sabes bien que yo nunca podría amar a mis hermanas como tú las amas, si tú mismo, Jesús mío, no las amaras también en mí. Y porque querías concederme esta gracia, por eso diste un mandamiento nuevo...  ¡Y cómo amo este mandamiento, pues me da la certeza de que tu voluntad es amar tú en mí a todos los que me mandas amar...! ” (Historia de un alma, manuscrito C, cap. X)

¿Estamos dispuestos a recibirlo, acogerlo, a tenerlo en cuenta más que nuestra propia vida? ¿Entendemos verdaderamente lo que significa este don?

Nos dice Jesús en los escritos:
Es la suerte más feliz e indescriptible, sus actos, su punto de partida son siempre para el cielo, su vida está en medio de las esferas.
El alma siente que nuestro Querer la llama, ya sea en la Potencia, en la Sabiduría, en nuestro Amor, o en la Misericordia, en la Justicia, Bondad y Belleza divinas, en suma todos nuestros atributos con voces potentes llaman a la criatura dentro de ellos para que se forme y crezca según sus cualidades.
El alma sentirá la vida de la Luz, del Amor, la vida de la acción divina, la vida de la plegaria, lo que hace, para ella todo es vida palpitante en sus actos. Su pequeño movimiento, pensamiento, sus obras quedan imantadas por un imán tan potente, de imantar a su Creador, de modo que este imán Lo atrae tanto que no puede alejarse de la criatura.
El alma se vuelve reflector de su Creador y de todas nuestras obras, porque nuestra Voluntad solo triunfa completamente cuando pone en el alma lo que Ella puede y sabe hacer, quiere ver no sólo a Aquel que la ha creado, sino a todas sus obras, no está contenta si le falta aun la más mínima cosa que le pertenezca.
Si habla, no sabe decir otra cosa que lo que se hace y se quiere en nuestra Familia Celestial.
El alma entra en el orden divino, se vuelve propietaria de sus obras, y con derecho puede dar y pedir para los demás lo que es suyo y como vive en El, sus derechos son divinos y con derecho divino, no humano, pide.
Todo lo que el alma hace queda dentro de Nosotros, y tendrá el bien de sentir en sí la plenitud de la Luz, de la felicidad y de todos los bienes.
El alma tendrá por principio mi Vida, por dote mis obras y pasos, por palabra mi misma Voluntad.   Siente tal alegría y contento porque me ama, no más con su pequeño amor, sino con mi eterno Amor, me abraza con mis obras, corre a mi lado con mis pasos, siente que su vida soy Yo, todo encuentra en Mí y Yo encuentro todo en ella.
Acoger el Don de la Divina Voluntad, es poseer a Dios mismo, no haríamos mal alguno porque se hace vida de nuestro interior, que es el centro de donde brotan los actos externos.
Conclusión
En la medida del conocimiento de este Don, podremos ir traspasando las apariencias de manera que si miramos un atardecer, no solo lo miraremos como un acto natural, rutinario, sino que lo miraremos con los ojos de Jesús.  Descubriremos el orden de la creación, la inmensidad del Creador, la belleza del espectáculo como imagen del Creador. Nos iremos sanando de la lepra que ha producido la voluntad humana y podremos ver los bienes del Reino de la Divina Voluntad que antes no podíamos ver.
Al disponernos a recibir este Don,  nos pide Dios, que nos dejemos iluminar por la luz que nos da con cada conocimiento, que tendrá el poder de eclipsar nuestra voluntad humana, la cual viendo el gran bien de esta Luz, sentirá miedo de actuar por sí misma y dará campo libre para obrar a la Luz del Querer Divino.
Cuánta atención necesitamos para poner en práctica todo lo anterior..!! Para esto necesitamos ser dóciles, escuchar a quien nos guía y con pequeños actos, obras, oraciones, decidirnos a vivirlos en la Divina Voluntad. No desechar inspiraciones, poner el oído atento, buscar la gloria de Dios y el bien para los que nos rodean.
Gracias Señor por habernos escogido para conocer estos escritos.  Queremos vivir en tu Voluntad, recibir este Don, apreciarlo y vivirlo. ¡Contigo podremos!

lunes, 10 de diciembre de 2012



 ¿¿ORDENACIÓN DE MUJERES???



Creo que el papel de la mujer en la sociedad ha cambiado desfavorablemente... Somos distintos, hechos distintos, pensamos distinto, nos desempeñamos distinto, pero actualmente quieren ponernos a todos en una misma línea, escudándose en los derechos iguales que ambos, mujer y hombre deberíamos tener, que la diferencia física no tiene que ver con el "género" que se quiera escoger. Con estos "avances", se ha llevado al mundo a un caos. Hijos en soledad, competencia entre hombre y mujer, sentido perdido de la maternidad, prioridad al dinero, en fin tantas cosas que han ido desvirtuando la familia. Yo no estoy de acuerdo con la ordenación de mujeres. Busqué algunos documentos donde el papa Juan Pablo II explica muy bien las razones por la cuales no se hace,y los pongo a continuación.

El Señor nos pide humildad, caridad, disposición de servicio, obediencia, porque donde hay obediencia está Dios.


CATEQUESIS JUAN PABLO II
27 DE JULIO DE 1994
LA MATERNIDAD EN EL ÁMBITO DEL SACERDOCIO UNIVERSAL DE LA IGLESIA
1. La mujer participa en el sacerdocio común de los fieles (cf. Lumen gentium, 10) de muchas formas, pero especialmente con su maternidad: no sólo con la maternidad espiritual, sino también con la que muchas mujeres eligen como su función natural propia, con vistas a la concepción, la generación y la educación de sus hijos: Dar al mundo un hombre.
Es una tarea que, en el ámbito de la Iglesia, incluye una elevada vocación y se transforma en una misión, con la inserción de la mujer en el sacerdocio común de los fieles.
2. En tiempos bastante recientes ha venido afirmándose, también en el ámbito católico, la reivindicación del sacerdocio ministerial por parte de algunas mujeres. Es una reivindicación que, en realidad, se basa en un supuesto insostenible, pues el ministerio sacerdotal no es una función a la que se tenga acceso sobre la base de criterios sociológicos o de procedimientos jurídicos, sino sólo por obediencia a la voluntad de Cristo. Ahora bien, Jesús confió sólo a varones la tarea del sacerdocio ministerial. Aunque invitó a algunas mujeres a que lo siguieran, pidiéndoles que cooperaran con él, no llamó o admitió a ninguna de ellas a formar parte del grupo al que confiaría el sacerdocio ministerial en la Iglesia. Su voluntad queda manifiesta en el conjunto de su comportamiento, al igual que en algunos gestos significativos, que la tradición cristiana ha interpretado constantemente como indicaciones que hay que seguir.
3. En efecto, los evangelios muestran que Jesús no envió jamás a las mujeres en misiones de predicación, como hizo con el grupo de los Doce, que eran todos varones (cf. Lc 9, 1-6), y también con los 72, entre los que no se menciona la presencia de ninguna mujer (cf. Lc 10, 1-20).
Sólo a los Doce Jesús da la autoridad sobre el reino: "Dispongo un reino para vosotros, como mi Padre lo dispuso para mí" (Lc 22, 29). Sólo a los Doce confiere la misión y el poder de celebrar la eucaristía en su nombre (cf. Lc 22, 19): esencia del sacerdocio ministerial. Sólo a los Apóstoles, después de su resurrección, da el poder de perdonar los pecados (cf. Jn 20, 22-23) y de emprender la obra de evangelización universal (cf. Mt 28, 18-20; Mc 16, 16-18).
Los Apóstoles y los otros responsables de las primeras comunidades cumplieron la voluntad de Cristo, comenzando la tradición cristiana que, desde entonces, ha estado siempre vigente en la Iglesia. He sentido el deber de reafirmar esta tradición con la reciente carta apostólica Ordinatio sacerdotalis (22 de mayo de 1994), declarando que "la Iglesia no tiene en modo alguno la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, y que este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesia" (n. 4). Aquí está en juego la fidelidad al ministerio pastoral, tal como fue instituido por Cristo. Es lo que afirmaba ya Pío XII, que, al declarar que "ningún poder compete a la Iglesia sobre la sustancia de los sacramentos, es decir, sobre aquellas cosas que, conforme al testimonio de las fuentes de la revelación, Cristo Señor estatuyó debían ser observadas en el signo sacramental", concluía que la Iglesia debe aceptar como normativa "su práctica de conferir sólo a varones la ordenación sacerdotal" (cf. AAS 40 [1948], p. 5).
4. No se puede poner en tela de juicio el valor permanente y normativo de esta práctica diciendo que la voluntad manifestada por Cristo se debía a la mentalidad vigente en su época y a los prejuicios difundidos entonces, como también después, en detrimento de la mujer. En realidad, Jesús, no se amoldó nunca a una mentalidad desfavorable para la mujer; al contrario, reaccionó contra la desigualdad debida a la diferencia de los sexos: al llamar a mujeres para que lo siguieran, demostró que superaba las costumbres y la mentalidad de su ambiente. Si reservaba el sacerdocio ministerial para los varones, lo hacía con toda libertad, y en sus disposiciones y opciones no había ninguna actitud desfavorable con respecto a las mujeres.
5. Si tratamos de comprender el motivo por el que Cristo reservó para los varones la posibilidad de tener acceso al ministerio sacerdotal, podemos descubrirlo en el hecho de que el sacerdote representa a Cristo mismo en su relación con la Iglesia. Ahora bien, esta relación es de tipo nupcial: Cristo es el esposo (cf. Mt 9, 15; Jn 3, 29; 2 Col 11, 2; Ef 5, 25), y la Iglesia es la esposa (cf. 2 Co 11, 2; Ef 5, 25-27. 31-32; Ap 19, 7; 21, 9). Así pues, para que la relación entre Cristo y la Iglesia se exprese válidamente en el orden sacramental, es indispensable que Cristo esté representado por un varón. La distinción de los sexos es muy significativa en este caso, y desconocerla equivaldría a menoscabar el sacramento. En efecto, el carácter específico del signo que se utiliza es esencial en los sacramentos. El bautismo se debe realizar con el agua que lava; no se puede realizar con aceite, que unge, aunque el aceite sea más costoso que el agua. Del mismo modo, el sacramento del orden se celebra con los varones, sin que esto cuestione el valor de las personas. De esta forma, se puede comprender la doctrina conciliar, según la cual los presbíteros, ordenados "de suerte que puedan obrar como en persona de Cristo cabeza de la Iglesia", (Presbyterorum ordinis, 2), "ejercen el oficio de Cristo, cabeza y pastor, según su parte de autoridad" (Presbyterorum ordinis, 6).
También en la carta apostólica Mulieris dignitatem se explica el porqué de la elección de Cristo, conservada fielmente por la Iglesia católica en sus leyes y en su disciplina (cf. nn. 26-27).
6. Por lo demás, conviene notar que la verdadera promoción de la mujer consiste en promoverla en lo que le es propio y le conviene en su condición de mujer, es decir, de criatura diferente del varón, llamada a ser también ella, lo mismo que el varón, modelo de personalidad humana. Ésta es la emancipación correspondiente a las indicaciones y a las disposiciones de Jesús, que quiso atribuir a la mujer una misión propia, según su diversidad natural respecto al varón.
En el cumplimiento de esta misión se abre el camino para el desarrollo de una personalidad de mujer que puede ofrecer a la humanidad y, en particular a la Iglesia, un servicio según sus cualidades.
7. Por consiguiente, podemos concluir afirmando que Jesús, al no atribuir el sacerdocio ministerial a la mujer, no la puso en situación de inferioridad, no la privó de un derecho que le correspondería y no violó la igualdad de la mujer con el varón, sino que, por el contrario, reconoció y respetó su dignidad. Cuando instituyó el ministerio sacerdotal para varones, no quiso conferirles una superioridad sino llamarlos a un servicio humilde, según el servicio cuyo modelo fue el Hijo del hombre (cf. Mc 10, 45; Mt 20, 28). Destinando a la mujer para una misión que correspondiera a su personalidad, elevó su dignidad y reafirmó su derecho a una originalidad propia también en la Iglesia.
8. El ejemplo de María, madre de Jesús, completa la demostración del respeto a la dignidad de la mujer en la misión que se le confía en la Iglesia.
María no fue llamada al sacerdocio ministerial. Sin embargo, la misión que recibió no tenía menos valor que un ministerio pastoral; al contrario, era muy superior. Recibió una misión materna en grado excelso: ser madre de Jesucristo y, por tanto, Theotókos, Madre de Dios. Misión que se dilatará en su maternidad con respecto a todos los hombres en el orden de la gracia.
Lo mismo puede decirse de la misión de maternidad que muchas mujeres realizan en la Iglesia (cf. Mulieris dignitatem, 47). Cristo las sitúa a la luz admirable de María, que resplandece en la cúspide de la Iglesia y de la creación.